Ayer fui a ver a una vieja tía. Había amasado pasta. Me mostró sus flores. Me hizo el relato de todas sus dolencias y de la ignorancia de todos sus doctores. No entendí bien, pero no importaba, solo había que asentir. A los quince minutos ocurrió: Un sopor demoledor me aplastó sobre la mesa.
No era la única. Mi primo, el hijo favorito, también estaba de visita. Se recostaba sobre la silla con la vista clavada en el televisor. No lo veía, estoy segura. Simplemente permanecía en casa de su madre una hora a la semana, ausente.
La tía ha sido una mujer magnífica, divertida, a la que yo le debo mucho. Me pareció miserable abandonarme así al letargo durante la visita. Pero no podía sobreponerme. De pronto recordé a mi abuelo.
A los 86 años el viejo me comentó que le sucedía algo extraño. Pasaba los días ansiando ver a sus nietos, hasta contaba las horas. Y sin embargo, apenas llegábamos, perdía el interés. Me lo explicaba con asombro y preocupación. Era como si nuestra visita fuera poco real, apenas una sombra de la visita que él había esperado. Por eso nos dejaba con la abuela y se iba a cortar el pasto. Listo para empezar a esperar otra vez.
No era la única. Mi primo, el hijo favorito, también estaba de visita. Se recostaba sobre la silla con la vista clavada en el televisor. No lo veía, estoy segura. Simplemente permanecía en casa de su madre una hora a la semana, ausente.
La tía ha sido una mujer magnífica, divertida, a la que yo le debo mucho. Me pareció miserable abandonarme así al letargo durante la visita. Pero no podía sobreponerme. De pronto recordé a mi abuelo.
A los 86 años el viejo me comentó que le sucedía algo extraño. Pasaba los días ansiando ver a sus nietos, hasta contaba las horas. Y sin embargo, apenas llegábamos, perdía el interés. Me lo explicaba con asombro y preocupación. Era como si nuestra visita fuera poco real, apenas una sombra de la visita que él había esperado. Por eso nos dejaba con la abuela y se iba a cortar el pasto. Listo para empezar a esperar otra vez.
Entonces logré levantarme. Me acerqué a la tía con la excusa de ayudarla a lavar los platos. Escruté el reflejo en sus ojos miopes y entendí la causa del sopor: Yo no estaba ahí.
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