Los primeros pasos



Esta noche se cumple un diminuto aniversario. Voy por la segunda botella de cerveza. La ocasión amerita una conmemoración. Se cumplen una cantidad enorme de años, y el bochorno se conserva inmaculado.
Yo tenía unos dieciséis años. Hacía un calor de locos y Juan me vino a buscar a casa. Lo obligué, debo confesar. Y me divertí horrores viéndolo transpirar con las extravagancias de mis padres, también debo confesar.
Al fin salimos. La noche estaba violeta y el calor no había bajado. El estaba un poco desorientado, pero se recompuso honrosamente y se recostó sonriendo el banco de la parada del 3. El ómnibus demoró sus habituales veinte minutos. Pero Juan nunca había tomado el 3. Desconocía por completo la rutina de la Villa.
Al subir sacó los dos pasajes como un caballerito. El chofer no tenía cambio, como sucedía puntualmente en esa parada, la tercera del recorrido.
- Va a tener que esperar... -le dijo el gordo, transpirando.
- ¿Cómo?! –preguntó Juan.
- Ya le dije. Va a tener que esperar –gruñó el chofer mientras giraba un volante más grande y pesado que el timón de una goleta.
- ¿Está loco o qué le pasa? ¿Se cree que yo voy a esperar otros veinte minutos porque usted no tiene cambio? ¡Ese es problema suyo!
- Espera o camina... –ladró el chofer. Y Juan se enojó.
Empezó una discusión a los gritos. Una treintena de vecinos levantaron la cabeza dentro del coche para contemplarlo como a un alienígena. Después giraron sus truchas interrogativas hacia mí. Yo me hundí discretamente en el asiento, como si no lo conociera.
Finalmente la señora del almacén lo llamó desde la primera butaca y le explicó el asunto: Tenía que dejar su billete, recoger sus boletos y esperar a que el chofer juntara el cambio.
- No te hagas problema –le dijo la mujer-. El señor te va a dar el vuelto más tarde. Acá siempre es así.
- ¡Pero la puta! –protestó él-. ¿Porqué no se explica este tipo? Yo entendí que me quería hacer esperar el próximo colectivo...
Refunfuñando llegó hasta el asiento donde yo miraba por la ventanilla y hacía esfuerzos por taparme la boca. Se sentó a mi lado. Hizo silencio durante un segundo. Después me agarró de la perilla y me obligó a girar la cara. Me contempló con curiosidad, como registrando el fondo de una pecera. Su mirada se ensombreció.
Quince cuadras más tarde me susurró:
- ¿Te avergonzaste de mí porque no entendí el asunto del cambio, verdad?
Yo iba a iniciar una protesta de inocencia, pero Juan se rectificó:
- No. Por favor no me contestes–suplicó-: No quiero ni imaginarme que puedas ser tan pelotuda...

Posted by Hello

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