Al Flaco San se le ocurrió un verano enseñarme a jugar al ajedrez. Trajo el tablero y un par de libritos. Me explicó algunas aperturas con nombres rusos y consideró que podíamos empezar.
Yo jugaba con las blancas. La tarde iba tranquila. Hasta que el Flaco movió la reina. Con cara de académico evaluando al discípulo me desafió:
- ¿Y ahora?
Miré el tablero tratando de imaginar las consecuencias de ese movimiento. Y de pronto, me angustié. A más me concentraba en las piezas menos podía pensar, o más bien, más me negaba a pensar.
- ¡Ay, Flaco! –protesté al fin levantándome-. Este juego es demasiado complicado para mí...
El me miró extrañado. Insistió un par de veces, pero no hubo caso. Yo me había puesto completamente necia. Decepcionado, el Flaco San reflexionó:
- Nunca pensé que vos entraras en la categoría de los que acusan a las cosas de ser difíciles cuando les cuesta entender... Más bien creí que serías de los que exigen un poco su propio entendimiento...
Abrí la boca para responder con acritud cuando escuché un susurro en mi cerebro:
- Jejé... Se cree que él sabe lo que sucede con tus pobres entendederas... ¡Qué Santo más engreído!
Suspiré casi aliviada. El bicho muerto, por una vez en la vida, parecía estar de mi lado. Y él era un digno oponente para el Flaco San.
- ¡Claro que se trata de echarle la culpa a las cosas! Eso es lo que hace la gente cuando se pone estúpida –siguió el bicho-. ¿Y de dónde saca este sujeto que se trata de inteligencia? Si necesita andar acusando a las cosas, será porque la estupidez es más un problema de responsabilidad que de materia gris. ¿No?
- ¿¡Qué?! –exclamé atragantándome.
- ¡Claro que sí! –me contestó el Flaco pasándome el mate-: ¡Ya vas a ver que es fácil de entender! La semana que viene jugamos otro partido...
- Jejé... –intercaló el bicho muerto-. No va a haber más partidos, profesor. Kaiten no quiere saber nada del asunto. ¡Quién se hace responsable en este juego! Escuché por ahí que hay jugadores que pueden calcular todas las posibilidades hasta con siete jugadas de anticipación. ¿Siete? ¿Y qué hacemos con eso? ¡Las consecuencias de cada movimiento son incalculables! Peor aún: ¡Irremediables! ¡Hay que andar cargando con un cantidad incalculable de muertos! ¡Hay que perder una cantidad de brazos y piernas incalculable! ¡Jajajá! ¡El ajedrez es un juego para mí! –de pronto el bicho muerto pareció entristecerse.
- Pero aquí, la querida kaiten, no jugará ajedrez. Ella no puede soportar las consecuencias de sus actos. Ni siquiera soporta saber que sus actos tienen consecuencias...
Yo jugaba con las blancas. La tarde iba tranquila. Hasta que el Flaco movió la reina. Con cara de académico evaluando al discípulo me desafió:
- ¿Y ahora?
Miré el tablero tratando de imaginar las consecuencias de ese movimiento. Y de pronto, me angustié. A más me concentraba en las piezas menos podía pensar, o más bien, más me negaba a pensar.
- ¡Ay, Flaco! –protesté al fin levantándome-. Este juego es demasiado complicado para mí...
El me miró extrañado. Insistió un par de veces, pero no hubo caso. Yo me había puesto completamente necia. Decepcionado, el Flaco San reflexionó:
- Nunca pensé que vos entraras en la categoría de los que acusan a las cosas de ser difíciles cuando les cuesta entender... Más bien creí que serías de los que exigen un poco su propio entendimiento...
Abrí la boca para responder con acritud cuando escuché un susurro en mi cerebro:
- Jejé... Se cree que él sabe lo que sucede con tus pobres entendederas... ¡Qué Santo más engreído!
Suspiré casi aliviada. El bicho muerto, por una vez en la vida, parecía estar de mi lado. Y él era un digno oponente para el Flaco San.
- ¡Claro que se trata de echarle la culpa a las cosas! Eso es lo que hace la gente cuando se pone estúpida –siguió el bicho-. ¿Y de dónde saca este sujeto que se trata de inteligencia? Si necesita andar acusando a las cosas, será porque la estupidez es más un problema de responsabilidad que de materia gris. ¿No?
- ¿¡Qué?! –exclamé atragantándome.
- ¡Claro que sí! –me contestó el Flaco pasándome el mate-: ¡Ya vas a ver que es fácil de entender! La semana que viene jugamos otro partido...
- Jejé... –intercaló el bicho muerto-. No va a haber más partidos, profesor. Kaiten no quiere saber nada del asunto. ¡Quién se hace responsable en este juego! Escuché por ahí que hay jugadores que pueden calcular todas las posibilidades hasta con siete jugadas de anticipación. ¿Siete? ¿Y qué hacemos con eso? ¡Las consecuencias de cada movimiento son incalculables! Peor aún: ¡Irremediables! ¡Hay que andar cargando con un cantidad incalculable de muertos! ¡Hay que perder una cantidad de brazos y piernas incalculable! ¡Jajajá! ¡El ajedrez es un juego para mí! –de pronto el bicho muerto pareció entristecerse.
- Pero aquí, la querida kaiten, no jugará ajedrez. Ella no puede soportar las consecuencias de sus actos. Ni siquiera soporta saber que sus actos tienen consecuencias...
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