Desierto



Sangre, sangre y solo sangre. Esos hombres no querían volver a enfrentarse entre sí. Fue la matanza más descomunal que se vio en el desierto. Apenas un puñado de ladrones de cadáveres quedó en pie. Los montañeses los persiguieron con saña.
Al cuarto día de carnicería Johnny, el Pistolero, desistió de contar cadáveres. Los hombres se tumbaron sobre el suelo, agotados, doloridos y horrorizados hasta el llanto. En cambio él caminó solitario, silbando despacio, preocupado por la cuenta perdida.
En una pequeña hondonada yacían varios cadáveres amontonados. Johnny se detuvo. Vio un ligero movimiento, como si una brisa aleteara sobre la ropa de los muertos. Pero en el desierto no hay brisas. Una bandera tiene la misma movilidad que las piedras.
Bajó patinando en la arena y empujó los cuerpos con las botas hasta descubrir a Jerónimo. Temblaba demasiado para pasar inadvertido. Johnny se agachó sobre él. Le sonrió. Jerónimo empezó a chillar.
- Tanto tiempo... -saludó el Pistolero y le extendió la mano. Empapado en sangre ajena, Jerónimo logró cerrar la boca pero no mantenerse en pie. Johnny lo sostuvo. Le señaló compasivo el inmenso banquete de buitres que los rodeaba:
- ¿Ves todos esos infelices ardiendo en un infierno más caliente que este? En este lugar no se puede temblar o chillar por una vida más o una menos, muchacho. Ninguno de nosotros dos vale nada en este momento –lo tomó del codo-. Ni siquiera es seguro que estemos vivos, así que, ¿para qué matarnos?
Un Pistolero pensativo, abstraído en cavilaciones muy superiores a su vocabulario, caminó del brazo de un muchacho rico, vacilante como quien va al patíbulo. Hay flores extrañas en el desierto. Se detuvieron sobre un médano. Tras unos minutos de contemplación Johnny murmuró:
- Yo te conozco, Jerónimo. Más de lo que te imaginás. Yo también tuve un padre poderoso, ¿sabías? Me fui escupiéndole la cara. Fue lo único inteligente que hice en la vida... -una sonrisa agria cuajó bajo la barba desgreñada:
- Ahora soy el dueño de un desierto. Yo mandaré sobre la nada, muchacho, pero mando porque puedo mandar...
Vio a Jerónimo que no paraba de temblar y comprendió que estaba hablando solo. Sonrió. Desenfundó lentamente, mostrando el brillo metálico del revólver:
- ¿No te das cuenta de que no te voy a matar? –dijo.
Los ojos de Jerónimo se mantenían hipnotizados en el arma. Se sacudía involuntariamente como un epilético. Johnny lo apuntó sin dejar de sonreír:
- ¿No me escuchás, verdad?
Apoyó el caño en el ojo derecho de Jerónimo:
- ¿No ves que no te puedo matar? Tu hermana es capaz de acuchillarme mientras duermo...
Jerónimo cayó de rodillas con los ojos cerrados. Le castañeteaban los dientes. Johnny volvió en enfundar su revólver mientras lo levantaba:
- Richmond debe estar muy desesperado para ponerte al mando -le palmeó la espalda-. Vamos a tomarnos un aguardiente...

Posted by Hello

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