La nena me preguntó a quemarropa, sin separar la vista del tele:
- Ché... ¿Qué es el tiempo?
- Ahora voy a preparar unos pochoclos -dije para distraer-, después hablamos.
Zamarreando la sartén pensé:
- Caramba, ¿y qué es? ¿una categoría de la razón? ¿un método de la mente para organizar la experiencia? ¿una dimensión del espacio?
- Callate, bestia... -murmuró algo en el hemisferio izquierdo de mi cerebro.
- Claro, claro -pensé, oyendo estallar los granos de maíz pizingallo.
- Bueno, ¿y..? -la vocita infame me había perseguido hasta la cocina y me sobresaltó, así que le respondí lo primero que se me vino a la cabeza:
- Mirá nena, el tiempo es lo que hace que todo sea irreparable: ¿Ves este pochoclo? Una vez que reventó es irreparable, nunca más va a ser un maíz. Y cuando te lo tragues ya nunca más va a existir. Y así con todo en el universo. Todo es irreparable. ¿Te quedó claro?
La nena me miró un momento con instensidad extraña. Yo iba a empezar a retractarme del exabrupto cuando le vi un brillito en los ojos.
Era una sonrisita casi imperceptible que brotaba de lo más hondo de su cerebro. La sonrisa más enigmática que he visto en mi vida. Se comió hasta el último pochoclo viendo el club winx.


Sola y triste como un hongo nuclear, decidí anotarme en un gimnasio. Iba hacia allí por la avenida, con 43° a la sombra, impulsada por ciertas ideas de raro sonido:

"Mi cuerpo necesita que se haga algo con él. Urgente. Y nada de relajadas caminatas vespertinas. Hace falta algo más duro. Algo más exigente, agotador. Sí, sí. Hace falta un poco de disciplina. Incluso -¿porqué no?-, un poco de dolor."

Perturbada por el segundo sentido de esos pensamientos me dejé arrastrar por la cinta y observé discretamente a mis desconocidos partenaires. Algunos cuerpos gorditos parecían decir: "He sido débil, necesito penitencia". Otros cuerpos eran puros músculos derretidos en sudor y pidiendo: más! más! más!

En fin... Me declaro iniciada en el erotismo de los masocas que se disciplinan a sí mismos. Después de la bicicleta: ¡máscara, látigo y va fangulo!

Qué calor hará sin vos en verano...

(Cementerio Club.
Pescado Rabioso)

Good morning, Mataco Muerto!


Acá los helechos crecen con furia, como si trataran de mostrarnos que no crecen al pedo.
Los enemigos se cortan las manos unos a otros, intentando convencerse mutuamente de que no las tienen al pedo.
Al final, lo único que consume oxígeno sin ninguna coartada, vengo a ser yo.
¡Chín, chín! ¡Felices vacaciones!

Pero con dignidad...


Bastante harta de mí misma, me dije:
- Bueno, querida... Un poco de dignidad, caramba...
Lo único digno que se me ocurrió fue ponerme a estudiar. Maldita la hora...

La "dignidad" tiene origen jurídico -me explicó uno que hablaba como el bicho muerto-. Para los latinos, dignitas indica el rango y la autoridad que corresponden a los cargos públicos.

Más tarde, cuando el poder político se estableció a perpetuidad, la dignidad se emancipó de su portador corporal. Hasta tal punto se separaron la dignidad del dignatario que, al morir el rey, se organizaban grandes funerales dobles. Una imagen de cera, que representaba a la dignidad, recibía cuidados médicos, unciones, y vestimentas en paralelo al pútrido cadáver humano.

Al revés, la moral actual, termina separando la dignidad del cargo. Así llegamos al punto en que la "dignidad" pesa sobre millones de miserables. A nosotros se nos pide que nos portemos como príncipes mientras vivimos como animales.




Estoy tan dolorida que no soy yo. Tengo la cara deformada.

Voy a todas partes con un frasquito de vidrio donde guardo los dientes molidos. Lo sacudo para que hagan ruidito. Abrazo el frasco como si fuera un bebé.

Tengo que ser cuidadosa. Si muero hoy nadie reconocerá el cuerpo.