Cuarta noche en la guardia, estableciendo nuevos récores.

Me acurruqué en una camilla abandonada en un rincón oscuro y me dormí.

Soñé con una torta deliciosa. La veía algo borrosa, como vemos los miopes sin anteojos, pero noté el glaseado, la decoración de chocolate y esas cerezas fosforescentes que vienen en frascos. Se me hizo agua la boca.

Me acerqué con deleite y empecé a percibir algunas anomalías. El pálido glaseado era como una piel transparente. Las cerezas parecían chorreadas, como flores desarmadas o, más bien, charcos de sangre.

Alguién me estaba sacudiendo. Era mi turno.

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