Enrique se alejó inquieto por las galerías del convento. Miró el reloj por centésima vez. El concierto se demoraba y él estaba demasiado excitado para ocuparse de los lánguidos violines de sus parientes. En casa lo esperaba algo mucho más interesante.
Desembocó en un patio interno, luminoso y medieval. Un lugar increíble en pleno centro de la ciudad, con una parra, un aljibe y miles de ventanucos. El asombro venció la ansiedad cuando vio a una mujer meciendo su bebé con una túnica blanca.
Ella levantó la vista. Una masa de bucles rubios cayó sobre su espalda. Con lágrimas en los ojos le suplicó que sostuviera al bebé. Enrique la escuchó fascinado, como si se hubiera perdido dentro de un cuadro renacentista.
La mujer le explicó que su marido se había retrasado. Ella debía cantar el primer solo del concierto. Estaba a punto de perder su trabajo. El padre no podía tardar mas de cinco minutos, imploró ofreciéndole el bebé, lista para caer de rodillas a sus pies.
Enrique no tomó conciencia de su situación hasta que se encontró en la puerta de la capilla con el recién nacido en los brazos. Estiró el cuello mientras escuchaba el sonido del clavicordio. Volvió a mirar el reloj. En pocos minutos su cita se convertiría en catástrofe. Mientras saltaba en puntas de pie comprendió que no era posible encontrar un padre desconocido entre ese gentío extático.
Enrique no tomó conciencia de su situación hasta que se encontró en la puerta de la capilla con el recién nacido en los brazos. Estiró el cuello mientras escuchaba el sonido del clavicordio. Volvió a mirar el reloj. En pocos minutos su cita se convertiría en catástrofe. Mientras saltaba en puntas de pie comprendió que no era posible encontrar un padre desconocido entre ese gentío extático.
Entonces la parsimonia eclesiástica del concierto lo aterrorizó. Podía durar cuatro horas. Salió corriendo a la vereda y miró desamparado a su alrededor. Cuando el bebé comenzó a gemir creyó que moriría ahí mismo.
Con infinito temor abrió la manta que lo envolvía e intentó ponerle el chupete en la boca. Lo sacudió con torpeza. Contempló a la curiosa criatura que pataleaba entre sus brazos. Se preguntó si sería nena o varón.
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