Silencio, Kaiten, silencio.


Odio el futuro. Profiero mis maldiciones puntualmente, a cada oportunidad. Y no hay caso. Nadie me entiende. Solo responde el eco del malentendido.

La gente más comprensiva me consuela: te va a ir bien, no te preocupes. Otros hasta se ponen de mi lado. Hablan del miedo a envejecer. Del pesimismo. De la extensión lógica del refrán: si todo tiempo pasado fue mejor, ergo, el presente es mejor que el futuro.

Uff... Y yo que soy optimista hasta la idiotez, no me acuerdo de nada y me importan un comino las tetas caídas... Escucho, suspiro, me deshago en explicaciones, y no hay caso. Cada vez que maldigo el futuro volvemos al mismo malentendido.

Así que lo diré por última vez. Fuerte y claro. Lo que odio, señores, no es el contenido del futuro, sino el concepto. La simple noción de carrera. La idea del empuje con dirección. La flechita del sentido. Odio toda la felicidad que tendré en otro momento, la detesto.

Odio el hilo que se tensa hacia adelante, en vez de caer al piso en dulce enredo.
Y ahora prometo solemnemente, de hoy en adelante, odiar en silencio.

En pos de la noche perfecta


- Cuántas estrellas se ven en la montaña, por dios... Si no se reflejaran las luces del pueblo se vería magnífico.
(Agarramos la camioneta y salimos a reventar transformadores)
- Ahh... Está saliendo la luna... Allá. Bueno, lástima que la tapan los árboles.
(Cargamos la motosierra y talamos todos los árboles)
- Ché, qué silencio impresionante. Si no fuera por el rumor del río sería un silencio sideral.
(Dinamitamos la montaña y desviamos el río)
- Qué hermosa luna llena... Pero cuando está alta, el cielo ya no parece estrellado...
(Ejem... Bueno... Me parece que vamos a tener que volver a la ciudad y hacer algunos cálculos)

Reportes desde el culo del mundo


Finaliza el 1° tramo de mis vacaciones. Me siento como la gorda de Bagdad Café: from Las Vegas to nowhere. 67° centígrados en la ruta. Aquí, un encededor olvidado cerca del parabrisas es un arma de destrucción masiva.
Toda la región es absurda. Baches donde duermen caballos. Mosquitos que pican a mediodía. Lo único que da sombra son los postes de luz. He visto caer monos muertos de los arboles. He visto víboras culebreando en la piscina. Pero más extraño es lo que he oído.
Me han hablado de adoradores de Satán en el cementerio de Gancedo y, más exótico todavía, me han hablado de amor. Los antropólogos deberían hacer cola para visitar el lugar.
Ya tengo los bolsos armados. En dos horas me retiro de esta alucinación. Parto con entusiasmo, rumbo a lo desconocido.

Estoy asustada. Tengo tanto miedo que me masticaría un puercoespín vivo.
Estoy tan enojada, pero tan enojada, que respiro vidrio.
He estado así por más de una hora. Y ya estoy exhausta. Rompería la puerta a patadas de puro agotamiento.
Pero lo más terrible es la conciencia de que mañana todo esto habrá terminado y no me voy a acordar del asunto.
Ni siquiera vale la pena tomar nota. Es irremediablemente intrascendente. No tiene la menor importancia.