Creo haberle comentado, Don Álvar Núñez, que una noche de tormentas me encontré un chat sadomasoquista y me lancé a la aventura. Y sí, así es. La audacia del explorador termina haciendo glu glu en algún naufragio.

La expedición comenzó a hacer agua a los pocos minutos, cuando columbré la verdadera identidad que habitaba la máscara de cuero del dominador.

DOMINADOR - ¿Como te atreves a desobedecer a tu xxxx?
No mereces mi xxxx.

Me da lo mismo que me crean o no, Don Álvar. Por más que disfrazara su vocabulario, era evidente. Quien pronunciaba esas palabras no podía ser otra cosa que una Madre:

DOMINADOR - ¿Quieres que te de xxxx? ¿Eso quieres? Pues tendrás que ganartelo.
YO - Pero...
DOMINADOR - ¡Silencio! Pide permiso antes de hablar.
Aprenderás a mostrar respeto, ¡xxxx! Yo te enseñaré.

Flotando melancólica entre la escoria del naufragio, me dediqué a poner a prueba mis descubrimientos. En efecto, todos allí eran madres.

Aquí y allá, Don Álvar mis exploraciones dieron el mismo resultado. En el último pozo del sadomasoquismo solo hay madres con con sus niños.

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