Hay algo anormal dentro mío. No sé qué es. Pero cualquier noche de calor, con el pelo mojado o chupando hielo, cuando la vida parece al fin dulce y serena, de pronto lo recuerdo. No sé qué es. Pero creo que se trata de un bicho muerto. Vaya descubrimiento, todos llevamos un bicho muerto adentro. Este es un bicho que teoriza.
Recuerdo, por ejemplo, la noche que sentenció: "La mentira es una forma de soberanía. Es inalienable". Y yo, que caminaba triste y engañada por el ferrocarril, ni siquiera pude polemizar. Tuve que tragarme el caliz de su apología hasta el final.
“La mentira es el rincón donde un hombre es libre y dueño de sí mismo. Es la única rebeldía que se puede oponer a las extorsiones del amor. Es la ventana por la que un deseo se fuga de cualquier prisión. La mentira es pura dignidad, querida mía, y hay que cultivarla con cariño. Es lo que queda de soberanía cuando el mundo exige explicaciones por cada gesto, cada ausencia, cada desgano. La mentira es inalienable. Ningún poder, ningún carcelero te la puede quitar.”
Recuerdo ese anochecer como si fuera hoy, las chicharras chillaban en las vías y la noche cayó sobre mis espaldas como una lluvia de petróleo. El bicho muerto no hablaba al azar. Era el momento justo para hablar de la mentira.
El hombre que yo adoraba había desaparecido con la simpleza del crimen. De pronto no vivía más ahí, no trabajaba más ahí y hasta su madre negaba conocerlo. Al fin, un alma misericordiosa me lo susurró al oído: Se había mudado con otra mujer. Llevaba medio año engañándonos a las dos y, finalmente, había hecho su elección.
Y el bicho muerto peroraba burlón en el ferrocarril:
“Esa basura de la honestidad, en cambio... O peor: la sinceridad... Son asaltantes que no se conforman con las cosas. Ni siquiera les alcanza con los cuerpos; exigen entregar hasta los pensamientos... Eso es bajar la cabeza. Vender el alma por un hueso... Esa rendición indigna no se justifica en ningún infierno. La honestidad es puro renunciamiento. La sinceridad es pura sumisión... Hay que acabar de una vez con esos disfraces de la esclavitud...
Yo suspiré entristecida, tambaleándome entre los rieles. ¿Y qué hay del amor?, me pregunté sin esperanzas. Casi pude oir el crepitar de la sonrisa del bicho muerto en la oscuridad. No dijo nada. La respuesta era evidente:
“Esa rendición indigna es puro amor...”
Las teorías del bicho muerto
Publicadas por pequeño ofidio a la/s 5:47 p. m.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)